jueves, 9 de septiembre de 2010

La fórmula de la pasión

Los semáforos estaban encendidos, el ruido era ensordecedor e incesante, se sentía un clima de exitación en las tribunas y en la pista se podía observar el vapor del calor que irridiaban las altas temperaturas del cemento. Todo era de película y yo era un expectador de lujo que esperaba en la primer curva del autódromo. La tercer carrera de la Fórmula 1 de la temporada 95 estaba por comenzar y los 25 pilotos (faltaba un Minardi) aguardaban con ansias que los colores rojos se vayan para ser los primeros en apretar a fondo el acelerador y buscar una buena posición.

Los semáforos se apagaron y los corredores arrancaron su recorrido rumbo a la curva número uno en apenas un par de segundos. El ruido era cada vez más fuerte por la cercanía y por las altas revoluciones de los autos. La gente estaba muy conmocionada por la largada y los flashes encandilaban a la multitud. Las banderas de las escuderías flameaban intensamente por la emoción del espectáculo hasta que, repentinamente, un choque atrajo la mirada de todos los espectadores: el McLaren Mercedes conducido por Mika Hakkinen voló por el aire luego de colisionar con el Sauber de Karl Wendlinger. Fue similar a un pequeño avión rojo y blanco (en ese momento esos eran los colores de McLaren) que carreteaba por la pista para luego levantar vuelo. Ese monoplaza cayó en el pasto bruscamente pero afortunadamente nadie salió lastimado.

Esa fue una imagen que recorrería mi infancia durante mucho tiempo y que marcaría mi pasión por la Fórmula 1. La consiguiente victoria de Damon Hill (foto) con Renault-Williams dos horas más tarde fue una simple anécdota comparado el primer instante vivido.





Tres años más tarde, en 1998, visitamos el mismo autódromo con el mismo objetivo. Ya con más noción de lo que era esa competencia, no esperabamos sentarnos cual familia que llega al aeropuerto a ver despegar un avión tras otro como en el 95, sin embargo una relampagueante lluvia que duró todo el fin de semana nos trajó otro espectaculo similiar en la curva Ombú del Juan y Oscár Gálvez: durante la clasificación del último Gran Premio de Argentina y también en la carrera, varios pilotos no pudieron tomar la curva diez con la perfección que esos autos requieren. Alrededor de seis de ellos se estancaron en el barro. La tarea de los auxiliares para ordenar los vehículos se veía totalmente dificultada por el lodo y por la cantidad de autos que tenían. Por un momento parecieron sentirse dueños de un estacionamiento VIP dentro del circuito y si hubieran tenido que ponerle precio por hora probablemente hubiera sido alrededor de 25 pesos (en el 1 peso, 1 dolar) por la excelente ubicación.

Michael Schumacher (foto), con Ferrari fue uno de los que aprovechó y evitó el despiste y pudo conquistar el triunfo ese año, aunque no pudo consagrarse campeón, título que quedó en manos del finlandes Mika Hakkinen. Luego, la FIA le quitaría la plaza a Argentina para albergar otro Gran Premio.




Una carrera en el 95, con 7 años, y otra en el 98, con 10, ocasionaron la pasión en mí por la Fórmula 1 en donde lamentablemente mis dos mayores recuerdos son de accidentes, algo inevitable en el automovilismo. Los intentos por recuperar recuerdos de la competencia misma y no por este tipo de sucesos fue una de las razones por las cuales creé este blog: sentir de cerca lo que no podemos tener, por ahora (y ojalá sea por ahora) en Argentina, en nuestro autódromo, el Juan y Oscar Alfredo Gálvez, y que el lector pueda involucrarse dentro de los circuitos actuales con una simple lectura.

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